Divagaciones provinciales (II)
Una comida en La Puebla: esperando que algo ocurra (y ocurre)
Rafael Rodríguez Sández
La comida, muy bien servida y abundante, y las conversaciones que manteníamos los comensales no llegaban a ocultar lo que en la mente de todos los viejos amigos era el asunto principal, a saber, no tanto el encuentro de unos antiguos conocidos cuanto la presencia indisimulable del pasado que cada uno, sin pretenderlo, aportaba, una presencia del pasado que era en ese momento más cierta y cercana que la del presente de la tarde de marzo de dos mil nueve que estábamos viviendo. Pues aunque algo ha modificado el paso del tiempo en La Puebla y en los que estábamos allí reunidos, estos cambios no permitían decir que ya no somos los de entonces o que somos otros o distintos, pues en este caso ninguno de nosotros se habría presentado al ser convocado para esta comida, para qué, podría decir cada uno, si no conozco a nadie, si aquellos que fuimos no tienen nada que ver con éstos que somos, y sin embargo la presencia de todos los que estábamos allí comiendo era una confirmación de que, aun sabiendo que todos habríamos cambiado, todos creíamos que algo importante de entonces reteníamos ahora, y esa esperanza la hemos mantenido y apelamos desde ella al recuerdo común y más todavía, toda aquella concurrencia quizás esperara de forma remota que fuera posible volver un momento al tiempo de entonces, que apareciera de pronto allí mientras comíamos, y que nos fuera dado a todos reintegrarnos en él desde la mesa y salir y entrar en él aunque fuera un brevísimo momento de tiempo, salir un instante y reencontrarnos unos a otros tales como éramos y regresar a como somos en este momento.
Probablemente fuera esto lo que nos reunía y lo que nos mantenía con la esperanza de no haber perdido todo el pasado, y que otros muchos atestiguaran con su presencia y con su palabra la permanencia de tantas cosas que no han desaparecido nos confirmaba a todos en la evidencia de que así era en efecto y esa certeza nos mantenía reunidos y concordes. Y así nos fuimos percatando de que nuestra presencia y nuestra conversación eran la realización de aquel prodigio que esperábamos de que apareciera de pronto todo el tiempo pasado, pues ellas lograban el enlace de aquello con esto, y cada evocación y cada recuerdo, contrastado con el del amigo, creaba ese engarce y levantaba un mundo común ante nuestros ojos, en el que el Paseo era el Paseo de entonces y el de ahora, con lo que teníamos una visión certera y total del Paseo y sus asuntos, y así de lo demás, de la Foronguilla, de la calle Victoria, de la Carretera, de la Fábrica Gastalver y del glorioso C.D. Luchador que en ella tuvo su origen, del Convento y de la Parroquia, de la Puerta Ronda, de la larguísima calle San Patricio, y también de las cosas que desaparecieron y quedaron en el camino pero no en el olvido, como el campo de los cigarrones frente al paseo o el de los papochas algo más adentro, o como las cristaleras del edificio de la Plaza Nueva y las porterías de baloncesto en el espacio abierto de por detrás, rodeadas de acacias, o como el jardín colindante con nuestra casa en el que jugábamos con Tere, y tantas otras cosas, que son ahora todas ellas, tras ser evocadas, un resultado del que participamos en una experiencia común y al que nos acercamos en su presente con la misma emoción que a su pasado.
lunes, 17 de mayo de 2010
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Los integrantes de la promoción de Portaceli-1976, nos reunimos todos los años, allá por la primera semana de marzo. Se prepara con cuidado, buscando recuerdos que nos secuestren al pasado. Fotos, música, escritos de entonces.
ResponderEliminarLa asistencia es masiva, las niñas menos, no en vano sólo estuvieron un año. Pero algunos coincidieron más de una década. El milagro es, que volvemos de pronto al patio del recreo, a jugar otra vez aquel partido de fútbol, a ocultar
la risa en alguna clase de profesor despistado.
Por eso, cada año repetimos, para recobrar ese tiempo proustiano, o esos años irreparables que otro "jesuítico" como Montesinos, tan certeramente nombró.
No puedo evitar leer esta entrada sin sentir una emoción profunda. Qué bien descritos están esos instantes en los que, al comienzo, puedes sentirte desubicado y lejos, pero después, con la emoción de los recuerdos, va apareciendo con fuerza parte de la vida pasada y se logra casi sentirla presente.Y pierde razón, por tanto, el sentirse desubicado; se está unido a los demás por los recuerdos, por la parte de vida común y por la ilusión de no olvidar quiénes fuimos.
ResponderEliminarEl artículo es precioso y emotivo y seguramente todos hemos vivido momentos semejantes, que nos hacen sentir ese encuentro de un forma muy cercana, casi como el propio autor.
ResponderEliminarLa viejecilla se ciñe el sweter naranja a la cifosis despegándolo pudorosamente de la fragil delantera y parada en el cierro se ensimisma recordándose muchacha al ir a comprar dos pesetas de carne de membrillo y de súbito cae que quien se las despachaba y liaba en un papel de estraza era el padre de aquel a quien acaba de preguntar "de quien eres tú,muchacho, que quiero yo a tí conocerte".Y le viene dulcísimo el olor del cuchillo que cortaba la carne de membrillo, aroma morisco que Rafael nos devuelve.
ResponderEliminarPetite vieille dame à la recherche de l'odeur perdue
Excelente Crónica de una vivencia viajera en el tiempo.
ResponderEliminarCuando los recuerdos se mezclan con la actualidad, surge la comparación y a veces, queda -como expresa Arlètte- la búsqueda del aroma perdido, que quizá sólo existió en nuestra imaginación.
Un saludo afectuoso.
Precioso, Arlette, precioso.
ResponderEliminar"En cuanto reconocí el sabor del pedazo de magdalena mojado en tila que mi tía me daba, la vieja casa gris con fachada a la calle, donde estaba su cuarto, vino como una decoración de teatro,...; y con la casa vino el pueblo, desde la hora matinal hasta la vespertina, y en todo tiempo, la plaza,...así ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia y Combray entero y sus alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que va tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té"