3.- Mi ciudad: Izquierdo y Enrique Esquivias Franco-
He tenido siempre predilección por un pequeño libro escrito por Enrique Esquivias Franco que se titula Mi ciudad. Quienes no lo hayan leído deberían leerlo. Verían cómo pasan por sus páginas un barrio urbanisticamente desafortunado, pero desde el que, no obstante, se ve la torre chica que se mira en el agua y la torre grande que se codea con los azules del cielo, Y en el propio barrio una calle recta, inundada de luz, que empieza en un parque y termina en un rio. También otro barrio, el de la niñez, en el que el reloj de la torre alterna con las campanas conventuales que se entrecruzan en el silencio. Una catedral, tan grande, tan grande, que hay que mirarla más con mimo que con asombro y allá arriba en lo más alto una veleta que es el símbolo de la ciudad. Una mañana solemne en la que el sol baña de rosa las piedras viejas y la cara de una Virgen. Un puente con nombre de reina, pero que el pueblo se empeña en llamar con el nombre sagrado del arrabal al que da acceso. Una torre más prosaica que antes de su dilatada terminación fue durante años venturoso nido de vencejos. El encanto de un compás que da entrada al misterio, el sentido estético de los niños, enredados en la aventura de una cruz de mayo, o el pregón de quien vende búcaros y cántaros, orzas y “dornillos”. Nazarenos, campanilleros, personajes populares y una Cabalgata de Reyes; y por supuesto, mil cosas más.
Que dónde está el alma de la ciudad, se pregunta el autor. Si lo supiéramos – dice—sería todo demasiado fácil. Me gustaría – así comienza el libro-- definir a mi ciudad, pero no sé. En realidad nadie ha sabido, aunque son muchos los que lo han intentado con más o menos fortuna. Hubo uno –dichoso él- que se acercó a su esencia con solo cinco palabras.
Más adelante, en otro capítulo, el autor es más explicito. Fue José María Izquierdo. Izquierdo era un poeta sensible y exquisito, que ha pasado a la pequeña historia de la ciudad – por qué no a la grande – por algo tan bello como haber creado la Cabalgata de Reyes. Magos. José María Izquierdo usaba un seudónimo que hoy en dia nos suena cursi, pero que reflejaba una realidad, porque su poesía tiene aromas de flor y además no hay mayor ilusión que la que reflejan los ojos de un niño. José María Izquierdo, como dijo Cernuda, no abandonó la ciudad y tal vez por eso gozó gloria mejor y más pura que ninguna. Y por eso, porque no abandonó la ciudad, le fue concedido el don de definirla. La ciudad de la gracia. Definición delicada, sutil, etérea, como esa gracia, ese don natural que hace agradable al que lo tiene. Pero cuidado, que también el diccionario define la gracia como chiste, dicho o acción agudo y divertido. Y por desgracia, ¡ cuántos señor ¡, los que escriben en los papeles, los que hablan ante los micrófonos y la gente toda de la calle, interpretan así, tan disparatadamente la frase exquisita convirtiéndola, pobre Jacinto Ilusión, en algo vulgar, ramplón, zafio, tan lejos de su verdadero y magistral sentido…
Esto, sin embargo, no lo dijo solo Esquivias, ni por vez primera. Romero Murube lo expresó en el capitulo VII ( Tiempo de Dios. Epígrafe La gracia) de Sevilla en los labios: Hemos pensado muchas veces en los tiritones que dará mi nunca olvidado José María Izquierdo, cuando en la achaparrada bóveda del panteón de sevillanos ilustres, aprecie que la gracia de que él hizo acopio y definición para Sevilla, la gente ligera e indocumentada la confunda con el chiste fácil, la carcajada, la broma y el desconcierto lúdrico.
Tampoco, claro es, Romero decía nada nuevo. Fue el propio Izquierdo el que se cuidó de deslindar la gracia que predicaba para Sevilla de la gracia superficial a que los autores citados se refieren En Divagando… nos da la clave al aludir al Teatro de la Gracia, o Teatro de los Hermanos Álvarez Quintero. Fue pensando en la gracia del arte quinteriano, en la gracia de su teatro, como se me ocurrió considerar a Sevilla cual la ciudad y el teatro de la gracia. A continuación precisa: Esta gracia de que hablo no es solamente aquella que mueve a risa, por humor o habilidad, con un decir chistoso o una situación cómica, con una agudeza o una ocurrencia. Si así fuera el encanto de Sevilla sería harto superficial y su teatro no pasaría de sainete. Esta gracia podría hacer gracia, pero no comunicarla… La gracia de que predico excelencias es aquella que mueve a gratitud, por amor de caridad y amor de poesía, con sonrisa de piedad y lágrimas de gozo; es a un tiempo creación recreadora y activa contemplación; es virtud sin esfuerzo, ciencia infusa, arte espontáneo y natural, don divino, superior en calor humano a la belleza presentida y a la justicia pensada por los hombres; realidad más pura que toda utopía, simpatía de la mente y luz del sentimiento, razón del corazón, poder y conocimiento que por modo sobrenatural recibimos y por grande amor comunicamos a cuanto nos rodea… alegría divina de los hombres que hace de la tierra cielo… Y así es Sevilla la ciudad de la gracia.
Tendremos, pues, que seguir indagando sobre cual es la naturaleza de ese concepto, realidad más pura que toda utopía, que define a Sevilla.